Me acuerdo mucho de una noche en una finca en la estaba en un mismo cuarto con mi esposo y mi bebé de más o menos 4 meses. Estaba muy oscuro, yo estaba en una cama con mi esposo y F estaba en un corral al lado nuestro. Eran como las 11 o 12 de la noche y ellos dormían profundamente. Esa noche, mientras ellos dormían, yo empecé a llorar sin parar. “Yo estoy deprimida; estoy segura de que esto que siento es depresión. Estoy deprimida”. Nunca antes había sido diagnosticada con depresión, pero aun así sabía que eso que estaba sintiendo era depresión. La semana siguiente estaba sentada con una psicóloga quien me remitió a un psiquiatra y efectivamente: depresión post parto. Soy una de muchas a las que la maternidad nos llega y nos pega un puño en la barriga, nos deja sin aire y con mucha dificultad para sentir que se puede volver a respirar como antes. Desde esa noche empezó una dura y larga crisis que me llevó a una exploración conmigo, con mi esposo, mi familia y mi hijo. Nunca hubiera llegado a esa exploración (que hoy es lo que más atesoro) si no hubiera sido por haberme convertido en mamá y haber conocido a mi hijo F. Y también tengo que decirlo: esa crisis y exploración se hubieran sentido infinitamente más pesadas si F no nos hubiera dado 12 o más horas de paz, de silencio y de desahogo todas y cada una de nuestras noches. R, mi esposo, y yo estuvimos de acuerdo en que el mejor regalo que nos íbamos a dar (y darle a F) eran noches de buen sueño en medio de la tormenta que había llegado sin ser pronosticada a nuestra casa; y efectivamente, Lele (más conocida como Marialex) nos acompañó día tras día y noche tras noche con mucha simpleza, haciéndolo sentir fácil y ayudándonos a navegar cada ola que aparecía. Nos alivianó el camino y en solo un par de semanas todo se sentía un poco más tranquilo cuando llegaba la noche. En mi casi un año de crisis profunda y en mis 2 años y medio de hermosa exploración y maternidad concluyo siempre lo mismo: mis tesoros más grandes de la vida son mi esposo, mi hijo, yo misma y nuestras noches de sueño per-fec-to. Este cuento lo empecé contando en una noche en la que descubrí que estaba deprimida y lo termino en una noche escribiendo sobre cómo, después de ese puño que me dejó sin aire, volví a respirar y ahora soy todavía más feliz que antes. Siempre las noches, con toda su sabiduría, llegan antes de que salga el sol. Por siempre gracias, Lele.